Una vacuna experimental contra la malaria logra una inmunidad plena

Las cifras de la malaria son descorazonadoras. En 2015, los parásitos Plasmodium, que pasan de cuerpo en cuerpo a través de las hembras de mosquitos Anopheles, mataron a unas 429.000 personas en todo el mundo, el 92% en África. La mayoría eran niños menores de cinco años. Los datos de la lucha contra la enfermedad, sin embargo, también ofrecen esperanza en las posibilidades de la medicina. Entre 2010 y 2015, la mortalidad descendió un 29% en todo el mundo, una caída que llegó al 35% entre los menores de cinco años.
Las medidas para evitar infecciones son diversas. Las más eficaces son poco sofisticadas, como las redes para mosquitos tratadas con insecticida para proteger a los que duermen en zonas donde la malaria es endémica o el rociado de los interiores de sus viviendas. Pero para avanzar en la erradicación de la malaria, algo que en en Europa no ha sido posible hasta 2016, será necesaria una combinación de muchas herramientas.
Una de ellas son las vacunas que, por el momento, han mostrado eficacia limitada. En 2015, la Agencia Europea de Medicamentos aprobó la primera vacuna contra la malaria y lo que era también la primera contra una enfermedad causada por un parásito en humanos. La Mosquirix, desarrollada por la multinacional farmacéutica GlaxoSmithKline, con financiación de la Fundación Bill & Melinda Gates, tiene una eficacia parcial que varía según la edad; es del 36% en niños vacunados a partir de los cinco meses y del 27% entre los vacunados a partir de las seis semanas. Su uso se concibe como complementario a las medidas actuales de prevención y tratamiento de la enfermedad

Hoy, un equipo internacional liderado por Peter Kremsner, del Instituto de Medicina Tropical de la Universidad de Tubinga (Alemania), y Stephen Hoffman, director de la biotecnológica Sanaria, han anunciado en Nature los resultados de un pequeño ensayo con humanos para probar una nueva vacuna. Entre los 35 participantes, ninguno sufrió efectos secundarios importantes y nueve, los que recibieron la dosis que se demostró más eficaz, obtuvieron una protección del 100% frente a la infección durante al menos 10 semanas tras la última dosis.
Esta nueva vacuna tiene un enfoque distinto de Mosquirix. Aquella introduce en el organismo un antígeno, una sustancia que produce una respuesta defensiva frente al parásito. Esta forma parte de las que buscan inmunizar introduciendo el parásito entero, atenuándolo a través de radiación, manipulación genética o por otros medios. En el caso del trabajo que se publica en Nature, el parásito mantiene su capacidad para infectar, que se compensa dando a los pacientes cloroquina, un medicamento contra la malaria. Hasta ahora, estos métodos que emplean parásitos atenuados o infecciosos han sido los que mayores niveles de protección han generado.
Carlota Dobaño, jefa del grupo de inmunología de la malaria de ISGlobal en Barcelona, un centro impulsado por la Obra Social La Caixa, explica cómo el método empleado por este equipo ya fue puesto a prueba por un grupo liderado por Robert Sauerwein, de la Universidad de Nigmegen (Países Bajos), aunque con una particularidad. “Aquella prueba de concepto fue una sorpresa. Lograron infectar a los voluntarios con esporozoitos vivos [una fase del parásito] y mostrar que aplicado con cloroquina funciona como vacuna. Pero lo hicieron a través de la picadura de mosquitos, algo que solo se puede hacer de forma experimental en muy pocos centros del mundo”, explica. “El equipo de Tubinga ha reproducido el estudio, pero lo ha hecho con una jeringuilla y una aguja, algo que es necesario si se quiere que sea una vacuna práctica”, añade.
Pese a la importancia del resultado, aún se deberán superar muchos obstáculos para que la vacuna se pueda aplicar en las regiones afectadas por la malaria, principalmente África. “Nosotros estamos colaborando con los grupos de Nigmegen, Sanaria y Tubinga para entender los mecanismos inmunes de estas vacunas. Ellos han visto que la aplicación de este tipo de vacunas, pese a haber tenido buenos resultados en un pequeño grupo de alemanes, no produce una inmunidad tan buena en africanos”, señala Dobaño. Estas diferencias se pueden atribuir a factores genéticos distintos, a una mayor exposición a infecciones crónicas que hayan debilitado el sistema inmune, la nutrición o incluso los microbios distintos que cada población tiene en su intestino. Y también habrá que tener en cuenta la resistencia de los parásitos en estado natural a la cloroquina.
Vacunas como Mosquirix o la que ahora quiere desarrollar Sanaria no serían necesariamente excluyentes. “RTS,S/AS01 [el nombre genérico de Mosquirix] se pondrá a prueba en varios estudios piloto en varios países africanos en niños de entre 5 y 9 meses”, explica Hoffman. “Nosotros prevemos que nuestras vacunas se usen en campañas de vacunación masivas para detener la transmisión del Plasmodium falciparum [la especie más letal de estos parásitos] y después eliminar el parásito de áreas geográficas definidas”, continúa. “Esto requeriría inmunizar a individuos de todas las edades”, añade. “Nosotros también planeamos usar la vacuna para prevenir la malaria en individuos de todas las edades, por lo que las poblaciones objetivo son diferentes de las de otros enfoques, y definitivamente diferentes de lo que, entendemos, serán las poblaciones objetivo para RTS,S/AS01”, concluye. En cualquier caso, para superar todos los obstáculos que le quedan a esta vacuna, será necesaria al menos una década para que llegue de forma masiva a las personas afectadas.
La doctora Inés González, de Médicos Sin Fronteras, comprueba la temperatura de dos miembros de una familia con síntomas de malaria.

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